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Campamento a las Perseidas

Orión miraba las estrellas, preguntándose por qué siempre encontraba fascinación en ellas. Desde su ciudad no era posible ver gran cantidad de ellas, demasiada contaminación lumínica. Sin embargo, era posible avistar algunas de ellas, sobre todo las de su propia constelación, aquella a quien debía su nombre.

En honor a su cumpleaños, había decidido cumplir finalmente uno de sus más grandes deseos: admirar un cielo despejado, completamente lleno de estrellas. La sola posibilidad de ver la alargada forma de la Vía láctea era algo que por años llenaba de alegría su corazón. Además, sabía que solo tenía que esperar unos cuantos días después de su cumpleaños para poder ver las Perseidas, una lluvia de meteoros muy famosa. Y bueno, también estaba el asunto con Plutón.

No el planeta enano, claro, sino Plutón, su amigo de años atrás. Desde que se conocieron llevaban un trato amable pero no tan cercano para los deseos de Orión, sin embargo él siempre estaba ahí y lo agradecía. Además era la única persona en su círculo cercano en poseer un telescopio. Cuando se enteró de este dato, no dudo ni un segundo en pedírselo prestado para poder ver el evento. Obviamente no lo necesitaría. De hecho, sería un estorbo. Pero de esto Plutón no sabía nada y era el pretexto perfecto para poder pasar tiempo junto a él.

Y así fue, en cuanto Orión le contó de sus planes, Plutón se emocionó como cuando un niño pequeño ve su juguete favorito bajo el árbol de Navidad. Organizaron todo de forma tan rápida que Orion no tuvo tiempo ni de decir Betelgeuse cuando ya se encontraban acampando más allá de Venado, donde sabía que podrían disfrutar de un cielo despejado. 

Y ahí estaba, recostado sobre la hierba mientras admiraba el cielo, mientras Plutón, aquel chico con un nombre tan estelar como el suyo organizaba lo poco que llevaron para pasar la noche. 

Escuchó cómo encendía una fogata e intentaba asar unos cuantos panes en ella, de forma tan inexperta como adorable. No sabía si le gustaba admirar más las pocas constelaciones que conocía o la alargada y torpe figura del muchacho frente a él. Pero ahí estaba, sin conocerlo del todo, y lo agradecía. Porque no era secreto para nadie la particular admiración que le profesaba, por mucho que el otro no se diera cuenta. 

Se sentó cuando Plutón le ofreció un sandwich todo chamuscado, y hablaron sobre música, sobre el verano, sobre la perspectiva del futuro y del cómo se sentían de compartir este momento. Fue durante la charla que Plutón tomó su mano. Nunca creyó poder encontrar tanta suavidad en esa piel dura y callosa, tan contrastante con la suya propia. 

Las Perseidas ya no importaban, eso lo tenía claro. Podía caer un meteorito capaz de destruir a la Humanidad y él seguiría perdido en la mirada tan embobada que tenía frente a sí, tan frente que casi podía contar cada uno de los vellos que conformaban sus pestañas. Recordó esas novelas rosas de su mamá que leía a escondidas, riéndose internamente porque en nada se acercaban a lo que estaba viviendo en esos segundos.

Sus labios se fundieron con los del otro.

Un veloz cometa cruzó el firmamento, adelantándose al deseo aún sin pedir de Orión.

“Este relato participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash

Nota del Autor.

Las Perseidas, también conocidas como Lagrimas de San lorenzo, son una de las lluvías de meteoros más prolificas vistas en nuestro planeta. Deben su nombre a la constelación de Perseo, aunque la lluvía no proviene de este lugar, sino del cometa 109P/Swift-Tuttle (cuyo encuentro más cercano con la tierra se prevee para el 15 de septiembre de 4479).

Dicho evento sucede anualmente durante los meses de julio y agosto, con un pico de actividad aproximado antes de la primer quincena de agosto. Orión, protagonista de este relato, cumple años justo a principios de mes, siendo Leo su constelación zodiacal regente, cumpliendo así el objetivo de este relato.

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